AL


¡Es todo tan fácil! Esta mañana me desperté y los cristales se tornaron transparentes, mi porción de césped estaba recién regada y mi uniforme aún guardaba el calor de la autoplancha. Desayuné la propuesta del día -una óptima combinación de alimentos nutritivos- y esperé los diez segundos ordinarios para que apareciese el auto comunitario que me lleva a mi tarea.

Vivo muy cerca de las instalaciones de colaboración. De hecho, mi alquiler me fue sugerido por la cercanía a ellas. Así que en sólo diez minutos, en los que comunico mi estado sensitivo, llego a mi mesa. Se regula la luz, el dispositivo está operativo y comienzo a depurar los errores de AL. En mi caso tienen que ver con las comunicaciones comerciales de productos de higiene: lo típico, si a alguien no se le ha propuesto el champú adecuado para su tipo de cuero cabelludo, o si el perfume aconsejado no congenia con el sudor de la piel del usuario. No sé cuánto tiempo más desarrollaré esta tarea, porque la inteligencia artificial es ya casi autosuficiente, pero nos aseguraron que AL nos ofrecería una alternativa que coincidiese con nuestro patrón personal cuando finalizase nuestra colaboración.

Cuando volví al apartamento disfruté un rato de mi hijo. Es una alegría poder pasar treinta minutos al día con un bebé que ya ha comido, ha dormido lo suficiente y se encuentra en perfecto estado para poder jugar un rato con él o darle un paseo sin que se vuelva impertinente. Más tarde lo devolví para que los expertos en cuidados infantiles le aplicaran las atenciones recomendadas.

Para cenar tuve invitados. AL me sugirió un listado de personas, con la posibilidad de elegir como máximo a cuatro de los cinco seleccionados. La velada, como siempre, fue estupenda: los dispensadores de alimentos acudieron a mi casa con una cena baja en hidratos que coincidía con nuestros patrones personales. ¡De esta manera siempre se acierta! Las conversaciones se desarrollaron desde puntos de vista coincidentes y al finalizar tuvimos esa maravillosa sensación de simpatizar completamente con todos los demás.

Por la noche leí un par de artículos sugeridos, con los que estuve, por cierto, muy de acuerdo, y me asomé a la ventana para mirar la luna.

Fue entonces cuando descubrí una sombra en el cielo que se trasladaba en línea recta por encima de las casas. Con cierta extrañeza -el horario de reparto está restringido después de la puesta de sol- abrí la ventana y pude comprobar que se trataba de un dron que dejaba caer unas octavillas.

Me pudo la curiosidad, así que comuniqué mi necesidad de salir a AL, que me preguntó hasta tres veces si lo consideraba recomendable dada la hora que era, y recogí unos cuantos panfletos de mi porción de césped.

Con caligrafía humana y colores estridentes se podía leer “¡Viva el libre albedrío! ¡Muera AL!”.

De vuelta a la cama pensé en la tontería que intentaba inculcar esa soflama reaccionaria de los rebeldes. ¿Libre albedrío? ¿Elegir? ¡Qué responsabilidad! ¡Con lo que había costado alcanzar una vida tan cómoda!

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